Comunidades de Población en Resistencia (CPR): ejemplo de apoyo mutuo para la sobrevivencia

El libro colectivo El camino de las palabras de los pueblos, se nutre de la memoria de los pueblos indígenas del norte de Quiché. En él se profundiza en cómo las Comunidades de Población en Resistencia (CPR) fueron la forma de sobrevivir al terror estatal y su política de tierra arrasada. Esta fue ejecutada por el ejército en los años más crueles de la “guerra contrainsurgente”, los años 80 del siglo XX.

En este contexto de terror, las comunidades de esta región1 tenían pocas alternativas. Una fue entregarse al ejército y vivir en pueblos controlados por la institución castrense, brindando servicio obligatorio en las Patrullas de Autodefensa Civil (PAC). Otra migrar a la capital, otras regiones del país o fuera de él. También hubo quien se unió a los movimientos guerrilleros. Pero la alternativa en la que nos fijaremos en este artículo, es la de quienes buscaron resistir y sobrevivir en los cerros y cumbres poco accesibles, esquivando los ataques militares.

Este último camino lo tomaron multitud de familias, y fue la estrategia que les permitió sobrevivir durante 17 años. En el norte de Quiché encontraron lugares de difícil acceso para brindar refugio a mucha gente y lugares donde cultivar, tener animales y semillas. Todo ello fue posible gracias a una organización ejemplar, a través de la cual se repartieron responsabilidades en diversas áreas como coordinación, comunicación, producción y comercio, educación, salud y seguridad2.

Las condiciones de vida en las CPR eran duras. Los alimentos escaseaban y todas las familias sufrieron la muerte de algún ser querido por diversos motivos: hambre, enfermedades, ataques regulares del ejército hacia las personas, las siembras, los animales y cualquier otra pertenencia. “El ejército destruía el maíz, malanga, pero destruía bien frecuente. Pasamos seis u ocho meses sin nada. Ni hierbas, sólo raíz de guineo comíamos. Unos murieron de hambre, otros lograron ir a buscar jutes, pescado a otro lado”. “De mi familia, 18 murieron por hambre.”3.

El apoyo de otras comunidades de la región también les ayudó a sobrevivir: “La solidaridad de nuestros hermanos de Cabá, Sumal Grande, Salquil y otras comunidades [fue muy importante], nos hicieron llegar comida. Estos viajes de solidaridad fueron largos, muchos días caminando de noche, 10 o 12, evadiendo cercos, patrullas militares, patrulleros civiles, pero que finalmente lograron llevar maíz, semilla y malanga”4.

Como señala Rigoberta Menchú Tum, las CPR fueron un ejemplo de organización comunitaria, “un desafío al orden establecido, a la violencia de facto, al terrorismo de Estado. Y no sólo por el hecho de ser sobrevivientes, sino porque se organizaron para rechazar lo que sus victimarios representaban: la muerte, la violencia, la humillación, la inhumanidad. Y fueron perseguidos por eso, por haber vencido a la muerte y por haber contado su historia, una historia que también es la del pueblo de Guatemala, una historia que habla de la lucha por la justicia, por la paz, por la dignidad y por mejores condiciones de vida”5.

“En realidad nunca llegó el ejército a nuestras tierras a combatir a la guerrilla, venían por nuestras tierras y con nuestras tierras de una u otra manera se quedaron.” (J.T.T.)6

El Estado no cumplió sus compromisos

En junio 1994 se firmó el Acuerdo para el Reasentamiento de las Poblaciones Desarraigadas por el Enfrentamiento Armado. Este tuvo el propósito de reconocer “la dimensión traumática nacional que asumió el desarraigo durante el enfrentamiento armado en el país, en sus componentes humano, cultural, material, sicológico, económico, político y social, que ocasionó violaciones a los derechos humanos y grandes sufrimientos para las comunidades que se vieron forzadas a abandonar sus hogares y formas de vida.” Por esta razón, el Gobierno de la República se comprometió “a asegurar las condiciones que permitan y garanticen el retorno voluntario de las personas desarraigadas a sus lugares de origen o al sitio que ellas elijan, en condiciones de dignidad y seguridad”. En diciembre 1996 se firmó el Acuerdo de Paz Firme y Duradera que terminó con el conflicto y permitió la entrada en vigor de los acuerdos negociados anteriormente.

“La propuesta de las CPR-Sierra fue quedarse en áreas de resistencia en el norte de Chajul, ampliar ese territorio para su (re)asentamiento o (re)ubicación, comprando tierras vecinas que estuvieran en venta, con el fin de formar un área más extensa en la que pudiera asentarse la mayor parte de la población que hizo resistencia civil en la zona. El objetivo era precisamente evitar la dispersión, quedar en la región y no fuera de ella, geográficamente dispersos, consolidar la forma de organización que había tenido durante el conflicto armado, que había mostrado ser acertada, efectiva y eficaz”7.

Esta propuesta fue rechazada por el gobierno. Lo que buscaba el Estado era exactamente lo contrario y no aceptó el regreso de la población a sus lugares de origen. Se hizo todo lo posible para dividir a las comunidades, para que viviesen en diferentes regiones. Además, se generaron fracturas internas ofreciéndoles tierras que tuvieron que administrar en empresas, cantidades de tierra insuficientes para las necesidades de las familias y de distintos tamaños. Eso causó conflictos internos en las comunidades beneficiadas. Posterior a esto, el Estado concesionó tierras para el desarrollo de megaproyectos. Este fue el caso de las hidroeléctricas Xacbal y Xacbal Delta sobre el río Xacbal, autorizadas en 2010 y 2012 respectivamente, sin informar a la población de la región8.

Frente a esta situación, unas 1.300 familias de las CPR-Sierra asumieron el reto de instalarse en lugares fuera de las áreas de resistencia, mientras esperaban las tierras que el Estado prometió facilitarles. 350 familias se trasladaron a la Finca El Triunfo, ubicada en Champerico, Retalhuleu. Virgilio García Carrillo, integrante de la CPR-Sierra y uno de los líderes de esta comunidad, explica que la tierra no la compró el Estado. Se compró con fondos de iglesias internacionales que consiguieron gracias al trabajo internacional que hicieron las delegaciones de las CPR. “Lamentablemente el gobierno solo engavetó los Acuerdos de Paz y nunca le dio seguimiento. Para estos nuevos asentamientos los compromisos eran principalmente tierra, una vivienda digna, salud, educación, fondo económico y técnico para la producción, pero no se dio eso. El gobierno no asumió la responsabilidad. Dieron 100 casitas y éramos 350 familias, 100 casas pequeñas y no las terminaron de hacer, quedaron a medias. Las personas tuvieron que buscar medios para terminar de hacerlas. Los Acuerdos de Paz no se cumplieron, se nos entregó tierra pero fue comprada puramente con apoyo internacional”9.

Pero como señala Virgilio, no toda la gente del CPR-Sierra fue a El Triunfo, se dispersaron en diferentes departamentos y comunidades del país: “La primera finca que se compró fue El Tesoro, en Uspantán, a donde se fueron 450 familias. Segunda, la comunidad de Maryland (en Retalhuleu), donde se fueron 300 familias. Después fue El Triunfo, donde llegamos 350 familias. Otra gente regresó a Nebaj a diferentes comunidades, en total éramos 23 comunidades de CPR.10 No todos fuimos al mismo lugar”.

La llegada a la tierra prometida, otro reto para las CPR

“Salimos de Chajul el 24 de septiembre de 1998 y el 25 llegamos aquí. Veníamos 350 familias originarias de Nebaj, Chajul, Cotzal, Chinique (Quiché), Chiantla (Huehuetenango) y Sololá”. Pero justo entonces también llegó el huracán Mitch, que afectó al país del 27 de octubre al 4 de noviembre de ese año. Virgilio cuenta que se destruyó todo lo que se había conseguido hasta el momento, por lo que alguna gente se desanimó y 74 familias regresaron a Quiché.

La situación que encontraron las 350 familias a su llegada no fue la esperada, tuvieron que vivir amontonados: “Solo había dos galeras y 100 ranchitos preparados por un grupo avanzado, con fondos del Estado, nada más. A los que ya tenían de 6 a 8 personas en el núcleo familiar, les daban una de las casitas. Eran casas chiquitas con nailon alrededor y unas 6 u 8 láminas el techo. En estos rachitos nos quedamos al inicio, por un año. Después el comité de tierras midió el terreno (11 caballerías) y lo repartió. Y ya en sus lugares cada familia se hizo su ranchito, de lámina arriba y nailon alrededor. Mis papás, hermanos y hermanas eran mis vecinos. Después de 4 o 5 años la Comunidad Europea nos construyó estas casas en las cuales vivimos ahora, para toda la comunidad, 275 familias, de tres planchas de cemento y arriba bambú”.

Aparte del tema de la vivienda, hubo que buscar formas para sobrevivir, ingresos para comprar semillas que cultivar. La mayoría de la gente se fue a trabajar a las aldeas vecinas, otros a las fincas de los ingenios de azúcar que estaban cerca, pero no tan cerca como están ahora.

Fueron años duros, pues la tierra resultó no ser buena y además las condiciones climáticas tampoco ayudaron: “hubo un año que sembramos milpa, pero no logramos cosecha porque hubo un tiempo de sequía y la milpa se perdió”. Anteriormente este terreno se dedicó al cultivo de algodón, pero justo antes de la llegada de las familias se había utilizado como finca ganadera. Por eso, la tierra estaba muy gastada, muy quemada por el uso de productos químicos. Cuando decidieron ir a esa tierra no la conocían. Pensaron que al haber sido finca habría desarrollo, pero no fue así. Venían de tierra fría y llegaron a una tierra caliente y sin mucha lluvia: “para nosotros fue un cambio muy brusco; no lo sabíamos”.

Según relata Virgilio, en los primeros años “no había qué comer, no había verduras. Allá estábamos acostumbrados a comer verduras que se producían en el mismo campo, las milpas, en los trabajaderos había de toda clase. Había maíz, frijol, güisquil, yerbas de nabo, todo eso. Pero aquí no había verduras, no había nada, había que ir a comprar a Reu o a Champerico. Ahora, a diario pasan los camiones y carros vendiendo, porque ya miran que hay gente y sí se vende”. Entonces las familias empezaron a sembrar milpa para el consumo propio y ajonjolí para vender: “si sale algo de maíz, también se vende un poquito o se hace el intercambio por verduras”. “El frijol es muy escaso, porque aquí únicamente hay un tipo de frijol que se da, se llama ixtapacal. El frijol de tierra fría, frijol de mata o frijol de vara, aquí no se da porque esta es tierra muy caliente. Lo único que se logró aquí y que sí se dio en bendición es la soya, que sirve para hacer queso y leche. Eso sí se dio, pero hubo otro huracán cuando lo sembramos y lo dejó botado todo. Lo levantamos, lo cortamos, pero ya no nació, se perdió la semilla”. Entonces “aquí es una sola cosecha de milpa, porque es muy corto el invierno. El ajonjolí se siembra en agosto, entre los surcos de milpa, cuando esta ya se está doblando”. Sin embargo las frutas se dan bastante, “mango, coco, jocote, marañón... los sembramos para nuestro consumo. Casi no hay mucho para vender porque no hay tierra suficiente donde sembrar, porque si sembramos en los lugares que son buenos, ya no hay dónde sembrar la milpa, y si tenemos unas vaquitas para la crianza, necesitamos pasto también para que coman”.

Finalmente en El Triunfo el ganado se volvió la fuente principal de ingreso, pero para mantenerlo hace falta tierra: “al menos ya no trabajamos en las fincas. Los primeros años sí, para asegurar la sobrevivencia, pero luego ya no. Lo que me dijo mi finado papá cuando vinimos aquí no se me olvida: antes bajábamos como marranos, como ganado, en camiones para las costas, para las fincas, pero ahora ya tenemos un pedazo de tierra, es vergüenza que le vayamos a ir a trabajar al rico”.

Los ingenios de azúcar, la escasez de agua y la criminalización

Cuenta Virgilio que cuando llegaron hace 25 años lo que había eran fincas ganaderas, no había caña. Sin embargo, hace aproximadamente 10 años, cuando los ingenios azucareros ya estaban funcionando, el agua empezó a escasear: “nuestros pozos se secaron porque las fincas cañeras usan el agua de día y de noche para regar sus plantaciones. Las empresas vienen a tirar venenos muy delicados, vienen a fumigar con aviones, vienen a quemar la caña, entonces todo es contaminación, y los ríos los tapan y se llevan el agua para sus cañales, para sus bananeras, para sus palmeras, entonces es un daño. Los pozos de las comunidades, de los trabajaderos, se han secado porque los finqueros hacen pozos de gran profundidad. Por eso empezamos a luchar contra las fincas cañeras”. “Ya aprendimos que aquí es una franja seca, que va desde aquí hasta la frontera con México, hasta Puerto Barrios, Izabal. Sin embargo, aquí siempre llovía algo, pero cuando vinieron las empresas cañeras, talaron todos los árboles y los quemaron. Antes estaba más verde alrededor y a pesar de la sequía había agua”.

En el año 2015 las comunidades afectadas por las cañeras empezaron a organizar: “nos invitaron a una reunión a la que llegaron 18 comunidades, y de cada comunidad eligieron una persona para formar un consejo para abordar los problemas del agua, de los secuestros de ríos, la sequedad de lagunas, la tala de árboles, para proteger la madre tierra. Entonces yo era el alcalde auxiliar y me tocó ir con el COCODE11 a la reunión de las 18 comunidades. Yo quedé de presidente de este Consejo de Comunidades, pero por estar metido en eso las empresas cañeras nos demandaron a cuatro de nosotros y por eso hemos sufrido criminalización. Durante 4 o 5 años no pudimos salir del departamento, estábamos bajo arresto domiciliario y había que firmar el libro en Champerico el día 15 de cada mes. Ese era el problema que teníamos, pero gracias a Dios nos alegramos de que se resolvió el 30 de mayo de 2023 y quedamos libres. Hicimos un buen trabajo, porque ahorita ya hay nuevas comunidades donde antes había caña. Por ejemplo, la tierra de la comunidad Mam de Cajolá, aquí abajo, era cañera, pero el dueño vendió la tierra a la comunidad”.

Otro problema que enfrentan al día de hoy es la falta de tierra, pues El Triunfo ya casi duplicó su población y actualmente alberga unas 500 familias. La tierra que correspondía inicialmente a cada familia, 50 cuerdas, no es suficiente para repartir entre las hijas e hijos cuando crean sus propias familias. La comunidad estableció el acuerdo de que la tierra solo se puede vender entre los vecinos, como una forma de protección hacia la propia comunidad.

La falta de tierra, pero también la falta de oportunidades, aumenta la migración hacia los EE.UU. Los movimientos migratorios iniciaron unos ocho años después de llegar a la comunidad. Desde entonces hay familias completas que se han ido, quedando otros familiares al cuidado de sus tierras y casas. Virgilio mismo tiene dos hijos que emigraron y ve que esta situación por el momento no tiene solución porque “no se puede comprar terreno, ni hacer una buena casa, porque no hay fondos, no hay ingresos, porque aquí apenas se está sobreviviendo”. A pesar de esta situación, la mayoría de las personas que migran lo hacen con la idea de regresar algún día.

 

1Según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico (CEH), el departamento de Quiché sufrió el mayor porcentaje de las violaciones registradas, el 46%, seguido por Huehuetenango con un 16%. Entre 1979 y 1983 contabilizaron 250 masacres en los seis municipios de Quiché: Cunén (6); Cotzal (31); Chajul (62); Nebaj (90); Sacapulas (30) y Uspantán (31).

2Iniciativa para la Reconstrucción y Recuperación de la Memoria Histórica, El camino de las palabras de los pueblos. Magna Terra editores. Guatemala 2013, pp. 250-251.

3Ibídem, p. 223.

4Ibídem, p. 224.

5Moller, J., Menchú Tum, R., Falla, R., Goldman, F. y Jonas, S., Nuestra cultura es nuestra resistencia. Represión, refugio y recuperación en Guatemala. Editorial Océano de México. México, 2004.

6Iniciativa para la Reconstrucción y Recuperación de la Memoria Histórica, Op.Cit, p. 253.

7Iniciativa para la Reconstrucción y Recuperación de la Memoria Histórica, Op.Cit, p. 272.

8Ibídem, pp. 280-285.

9Entrevista con Virgilio García Carrillo.

10Originalmente se distribuyeron en 9 fincas ubicadas en diferentes departamentos: 4 en Nebaj y 1 en Uspantan, en Quiché; 2 en Retalhuleu; 1 en Suchitepéquez y 1 en Chimaltenango. Pero en 1998 el huracán Mitch destruyó por completo la finca Maryland en Retalhuleu y la hizo inhabitable, entonces las familias se instalaron en otras fincas de la zona o regresaron al área Ixil.

11Consejo Comunitario de Desarrollo